HORA SANTA REPARADORA PREPARACIÓN En adoración profunda pongámonos en la presencia de Dios. Pidamos luz y fuego de amor al Espíritu Santo para que consuma nuestro corazón y le purifique de todo pecado o afecto desordenado, a la Santísima Virgen para que sea nuestra Madre y Maestra, enseñándonos a amar a su Jesús, con aquel purísimo amor suyo. Que la gracia divina venga a nuestras pobres almas para poder glorificaros en esta Hora Santa que os ofrecemos con intención de reparar, desagraviar y haceros compañía por los abandonos, ultrajes e ingratitudes recibidas de todas las criaturas de la tierra. HORA SANTA Después de esta breve preparación, vayamos en espíritu al huerto de Getsemaní; entremos en silencio almas reparadoras, sobrecogido nuestro corazón por el temor y anhelo de reparación, vayamos captando la voz angustiada y doliente de Jesús que se debate en la más espantosa de las agonías. Soledad inmensa, abandono hasta del Padre Celestial. Su Humanidad abatida en el suelo. ¿Será posible que un Dios haya llegado hasta esto? Y, ello por todos los pecados de la humanidad, por los nuestros en particular. Contemplemos cómo su dolor llega a la máxima intensidad, más que por la proximidad de su pasión, por tantas ingratitudes y faltas de correspondencia. Piensa que su pasión será infructuosa para muchas almas; agudo dolor le estremece. Sus dolores se vuelven agonía torturante. Corre junto a sus discípulos predilectos y les encuentra dormidos. ¡Sus mejores, sus más íntimos amigos no pueden velar una hora con el Maestro! Llama a su Padre pidiéndole pase el cáliz y sólo encuentra soledad y abandono. ¿Acaso también los cielos se cerraron? Mas no, un Ángel baja a confortarle en su desfallecimiento. Copioso sudor de sangre le envuelve en tanta abundancia, que se vierte sobre la tierra. ¡Padre mío! “sí es posible pase de mí este cáliz, pero no se cumpla mi voluntad sino la tuya”. ¡Qué lección más sublime la que Jesús nos enseña en Getsemaní para que hagamos nuestra oración de cada día con este espíritu! Sí, pidamos en el dolor y en el sufrimiento que aparte de nosotros el cáliz, pero a la vez sepamos decir y aceptar con generosidad que se cumpla la voluntad divina. Sigamos recogiendo en lo íntimo de nuestras almas las palabras de Jesús que agoniza en aquella terrible noche: “Escuchadme, almas reparadoras; soy Yo, vuestro Jesús, pero destrozado, agonizando en cruel tormento, abandonado de todos, hambriento con hambre de la gloria de mi Padre; sediento con sed de todas las almas, destrozado en todo mi cuerpo por el más espantoso de todos los suplicios. ¿No os mueve a compasión el estado en que me hallo? ¿No queréis abrirme las puertas de vuestro corazón, para que al menos en él encuentre reposo y consuelo? ¡Si pudieras comprender mi gran amor a todas las almas! Y, como las busca mi misericordia no dudareis ni un instante en dármelo todo, y no solo esto, sino que vuestro vivir sería una fiel reproducción de mi vida, mis dolores serían los vuestros sintiendo en la propia carne las ingratitudes y pecados que a Mí se me hacen. ¡Anhelo!, necesito almas reparadoras a través de todos los siglos, y en todos los rincones de la tierra; son los pararrayos de la justicia divina; las oraciones y lágrimas de estas almas son de un poder infinito ante el Padre, pues van unidas a mis intenciones. No temáis, pequeña grey, para haceros a semejanza mía habéis de abrazaros a la Cruz del dolor, de las persecuciones, de la calumnia, de la pobreza. Mi gracia no os faltará. Sin Mí nada podéis hacer: “Conmigo lo podéis todo”, pero me gustan las almas desprendidas. Instituí la Eucaristía; sufrí la agonía de Getsemaní; la traición de Judas; la negación de Pedro, el inicuo proceso; verme pospuesto a Barrabás; la flagelación y coronación de espinas, las burlas y escarnios; la calle de la Amargura; el dolor de mi Madre, ese Corazón purísimo traspasado y amargado con todas las amarguras de la tierra. La Crucifixión; mi muerte afrentosa, y por último la lanzada del soldado Longinos abriendo mi Costado para dejar paso a las torrenteras de mis gracias, de mis misericordias, de mi amor. El amor inmenso de un Dios decretó mi Encarnación y con pasmo de Cielo y tierra quise bajar a ella; tomé naturaleza humana en el seno purísimo de una Virgen; nací en pobre establo viniendo a buscar a los hombres de buena voluntad que siempre me encontrarían, revistiéndome de su carne, de su corazón, de sus sentimientos. Estuve sujeto a frío, privaciones, a trabajos. A pesar de ser Dios obedecí a mis padres y les estuve sujeto hasta mi muerte. ¿Adivináis por qué hice esto? Por amor. Mi gran amor a las almas. Pude consumar la Redención sin verter ni una gota de mi sangre, tan sólo con mi poder bastaba para salvar a todas las almas. Pero necesitaba haceros comprender cómo ama Dios a sus criaturas y hasta qué punto me llevó este amor. Desde el momento en que fue consumado el Sacrificio del Calvario quedó la Humanidad redimida con mi propia sangre; al pie de la cruz se consumó y rubricó con mi Madre. Ella me arranca todas las gracias y favores, es la mediadora de todas las gracias, intercesora, y, todos los que en sus necesidades recurran a ella con fe y confianza, alcanzarán cuanto pidan por difícil e imposible que parezca. En las sombras de la noche se suceden los más horrendos crímenes; pecados de apostasía, desenfreno de todas las pasiones; el poder de las tinieblas como un día en Getsemaní, vuelve a la hora actual con más intensidad y virulencia que nunca. La gente quiere divertirse, no escatima medio para hacerlo saltando por encima de las leyes morales y divinas… ¡Pobre humanidad corrompida y anegada por todos los pecados capitales! ¿Y qué puedo decir de tantos sacrilegios, profanaciones, y lo que es más terrible, apostasías de los míos, de aquellos a quienes ungí con órdenes sagradas a través de Pedro? ¿Acaso todo esto no es bastante para renovar de continuo la agonía de Getsemaní, el Pretorio, ¿la flagelación o clavarme en la Cruz desgarrando mis miembros y abriendo mis llagas de nuevo? Y a este grito desgarrador mío de ¡Tengo sed!, sed abrasadora de los míos; puse mis delicias en estar con los hijos de los hombres y me dejan solo, en el más cruel de los abandonos; niegan mi presencia en el Sagrario, pierden la fe porque han dejado de orar, no hay tiempo para la oración, para hablar conmigo, para escuchar mi voz ni recoger mis quejas. Los hombres no se entienden entre sí con tanto ruido como hacen, ruido ensordecedor de canciones, músicas, salas de fiesta, técnica y ciencia moderna, muchos programas, muchas ideologías falsas. ¡Siempre la soberbia causa de todas las ruinas de la Humanidad en todos los tiempos! Almas reparadoras, vuestra misión en la tierra es amar, amarme con todas vuestras fuerzas, sin descanso, y amar a todos los hombres por Mí, ésta es vuestra misión, vuestro fin. Os contemplo aquí, muy cerca de mi Corazón y del de mi Bendita Madre; en el silencio de la noche, unificados unos con otros para traerme el consuelo de vuestro amor, reparación, penitencia, generosidad para calmar la sed inmensa que me consume para ser conocido y amado de todos. Si tengo sed de amor de sacrificio, de amor oculto entre la humanidad y el silencio de las pequeñas cosas de cada día aceptadas con amor y espíritu de fe; de amor puro y limpio que se da por entero, muriendo a los placeres de los sentidos para vivir del espíritu. Así apagaréis la sed de un Dios que dejó los cielos para ir en busca de los pecadores. El amor implica dolor y sacrificio, no tengáis temor, mi gracia no os faltará, con ella lo conseguiréis todo. Pídeme mucho, no vaciléis en pedirme para las almas confiadas y generosas hay abundantes gracias, mis manos siempre están llenas de ellas para dejarlas caer. Rogad mucho por los pecadores, por mis sacerdotes, almas consagradas, por este caos y confusionismo, por esta ola de materialismo y soberbia que lo invade todo. ¡Basta de pecados! La justicia Divina está colmada, pero a pesar de todo mi amor sigue llamando, invitándoles incesantemente, ya con guerras sangrientas, con terremotos, hambre, epidemias, … Mi corazón arde en misericordia más que en justicia, pero la iniquidad de los hombres es tan grande que desprecian mi Misericordia y se ríen de mi cielo. ¡Ay de ellos que no quieren oír mi voz y cumplir mis mandamientos! Quizás está muy próximo el día terrible en que los hombres queden paralizados de espanto. Orar, orar y perseverar en ella, unidos a mis intenciones y a las de los Santos y justos de la tierra por las manos, de mi Madre para hacer violencia al Padre Antes de separarnos os ruego hagáis un propósito. Cada jueves por la noche buscad mi compañía en Getsemaní, estad un rato desde el lugar que os encontréis en espíritu y oración. Por último, propagad esta devoción de la Hora Santa Reparadora para que crezca y se extienda cada vez más. En un íntimo coloquio con la Madre de Dios y nuestra, terminamos esta Hora Santa escondido en el Santuario de nuestro corazón las quejas y frases de Jesús hasta hacerlas sustancia propia. ORACIÓN De Santa Teresa del Niño Jesús a la Santa Faz ¡Oh Jesús!, que en vuestra cruel Pasión habéis sido el oprobio de los hombres y varón de dolores, venero vuestro Rostro Divino, en el cual brilla la hermosura y la suavidad de la divinidad y que por mí se ha convertido como el rostro de un leproso. Pero bajo estos rasgos desfigurados reconozco vuestro amor infinito y ardo en el deseo de amaros y hacer que todos los hombres os amen. Las lágrimas que fluyeron tan abundantemente de vuestros ojos, me parecen perlas preciosas que recojo a fin de comprar con su valor infinito las almas de los pobres pecadores. ¡Oh Jesús!, vuestro rostro es la única belleza que encanta a mi corazón; yo os suplico que me imprimáis vuestra imagen en mi corazón y me inflaméis de vuestro amor para que me consuma rápidamente, y pronto pueda ver vuestra gloriosa Faz en el cielo. Amén. |
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viernes, 14 de mayo de 2021
Hora Santa Reparadora
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